Con el alma en la lomita: Isidro Herrera, el niño que llevó a Colombia a la gloria mundial
Por Hegel Ortega. – El próximo año se cumplirán 60 años de aquella gloriosa tarde del 27 de febrero de 1965, cuando Isidro Herrera, un joven de 17 años, se convirtió en el héroe inesperado de Colombia en el estadio 11 de Noviembre de Cartagena. El estadio estaba lleno, los corazones latían al unísono y el país entero aguardaba con ansiedad la oportunidad de levantar un nuevo trofeo en la Serie Mundial de Béisbol. Para Herrera, la pelota que sostenía en su mano tenía el mismo valor que una colombina en las de un niño: un juguete familiar, una oportunidad de alegría.
Colombia había llegado a la final tras un camino lleno de altibajos. En el primer juego, la derrota 8-3 frente a México había sembrado dudas en la afición. Pero el pitcheo de Rafael ‘Papá’ Castro, que igualó la serie con un contundente 9-4, devolvió la esperanza. La responsabilidad del tercer y decisivo juego cayó sobre los hombros de Isidro, un joven cuya madurez parecía contradecir su edad.
Horas antes del partido, ni siquiera sabía que sería el abridor. Pero cuando le confirmaron la noticia, no dudó: su misión era darle a Colombia el campeonato. En esa tarde luminosa, el béisbol fluía a través de su brazo con la precisión y la fuerza de un reloj suizo. Los bates mexicanos, temidos en toda la serie, se silenciaron ante la potencia de su pitcheo. Solo dos hits se registraron contra él, uno de Bernardo Calvo en el sexto inning y otro de Carlos Sandoval en el octavo, pero en ningún momento tambaleó. Ponchó a siete, dio apenas dos bases por bolas, y su control fue tal que, a cada lanzamiento, las esperanzas de México se desvanecían un poco más.
El público, metido de lleno en el partido, sabía que estaba presenciando algo histórico. El sol, inclemente, iluminaba las caras sudorosas de los aficionados que no paraban de alentar. En cada lanzamiento, Cartagena, Bolívar y toda Colombia contenían la respiración. Llegó el noveno inning. México, desesperado por salvar su honor, envió a Bernardo Calvo al bate con la esperanza de romper el embrujo que Isidro había lanzado sobre ellos. Herrera, firme como un roble, lanzó con decisión y obligó a Calvo a batear un elevado hacia la primera base. El público contuvo el aliento. Guillermo ‘Regadera’ Rodríguez levantó su guante y atrapó la bola. ¡El out 27!
La explosión de júbilo fue ensordecedora. Colombia era campeona del mundo por segunda vez, y un chico de 17 años había sido el arquitecto de ese sueño. Los abrazos y los gritos inundaron el campo. Isidro, rodeado de sus compañeros, apenas podía procesar lo que acababa de lograr. El equipo celebró en las calles, llevados en hombros como héroes. En medio de la euforia, el trofeo de campeón se cayó cerca de las Botas Viejas y se rompió. Pero eso no importaba: el verdadero trofeo era la alegría desbordante de un país que había sido testigo de una hazaña.
Isidro Herrera, que siempre recordó esa final como el momento más especial de su vida, vio cómo su carrera en el béisbol se truncó un año después por una lesión en el brazo. Pero su legado quedó grabado en la memoria colectiva del deporte colombiano. “Siempre le pedía a Dios que me permitiera vivir para celebrar los 50 años de ese campeonato, y lo logré”, recordaba emocionado Herrera en una entrevista. Hoy, a punto de cumplirse los 60 años de esa gesta, su nombre sigue siendo sinónimo de grandeza en el béisbol de Colombia.
Con su humildad y carisma, Isidro aún camina por las calles de Cartagena, donde la gente lo recuerda y lo saluda con gratitud. El béisbol le dio mucho, pero él también le dio al béisbol colombiano su máximo regalo: el orgullo de haber puesto al país en lo más alto del podio mundial.