Se ha convertido en una enfermedad silenciosa, como la diabetes: aparentemente puede ser controlada, pero día a día va dañando una parte del organismo
El Real Cartagena, ese emblema que debería ser motivo de orgullo y unidad para la ciudad heroica, se ha convertido en una enfermedad silenciosa, como la diabetes: aparentemente puede ser controlada, pero día a día va dañando una parte del organismo, en este caso, el tejido deportivo y social de Cartagena.
Los actuales dirigentes del equipo, encabezados por Damianis, Rendón y Wenin, operan bajo un velo de silencio y falta de transparencia. Nunca ofrecen ruedas de prensa, no tienen voceros claros, y se escudan detrás de escuetos boletines de prensa que no responden las inquietudes de una hinchada exigente ni de la ciudad que representa su nombre. La ausencia de claridad en sus funciones y decisiones deja a la afición en un limbo, sin saber qué esperar de su equipo.
Peor aún, su impacto no solo es deportivo, sino estructural. Hoy tienen a todos en “Shock” por falta de conocimiento de un reglamento, generando desconcierto en lugar de liderar con responsabilidad. Esta desconexión entre el club y su entorno refleja una gestión dañina que no solo margina al equipo de la élite del fútbol colombiano, sino que también socava la confianza y la esperanza de una afición que nunca ha dejado de soñar con un Real Cartagena digno de su historia.
Es momento de preguntarnos: ¿Hasta cuándo seguirá esta enfermedad sin tratamiento? ¿Cuándo el Real Cartagena dejará de ser un negocio para unos pocos y volverá a ser el sentimiento de todos?