“Real Cartagena: Un Trofeo con Espinas y el Latido de una Ciudad”
El periodismo deportivo, como la vida misma, no es un recorrido lineal de sucesiones. No estamos aquí solo para pasar la antorcha; estamos para ser parte de una causa. Los periodistas, como los futbolistas, vamos y venimos, pero las causas, esas que encienden el fuego y sostienen a un equipo y a una ciudad, sobreviven y se transforman. Y la causa del Real Cartagena, en su lucha, en sus victorias y derrotas, es una de las más profundas que esta tierra de historia y magia ha conocido.
Han sido 37 años desde que me enamoré de este sueño. 37 años al lado de cada atleta que defiende la camiseta del departamento de Bolívar y de esta insignia que es símbolo de Cartagena. Desde su creación en 1992, cuando un grupo de empresarios liderados por el alcalde Nicolás Curi compró al equipo de la familia Barros en Barranquilla, el Real Cartagena se convirtió en una bandera de nuestra identidad.
Aquel primer Real, el que nació en medio de la emoción y el escepticismo, tenía nombres que quedaron grabados en la memoria: el “Oso” Arévalo, Melquisedec Navarro, Faryd Mondragón, Martín Caicedo, Omar Pérez Merlini. Un equipo que no solo cargaba con la camiseta amarilla y verde, sino con la responsabilidad de representar una ciudad, de ilusionar a un pueblo.
La Historia en Primera Persona: Una Vida junto al Real Cartagena
He estado allí, en cada momento de este viaje, en cada golpe y en cada aliento. Viví la construcción de esta hinchada, una que no nació en la superficialidad de la moda, sino en el dolor de las derrotas y la alegría de las victorias. Cada gol, cada discusión, cada debate sobre si debió ser penalti o expulsión, fueron más que anécdotas; fueron la construcción de un amor que, como el Real mismo, está lleno de espinas. Porque este equipo, por cada ascenso, ha conocido una caída, y por cada alegría, una penuria.
Los dueños, los jugadores, y las directivas han pasado. Unos con nobleza, otros con prepotencia, algunos con esa arrogancia de quien se cree dueño de la verdad. Pero el fútbol, ese que conocemos bien, no es de pirotecnia ni de poder, ni de quien impone su voluntad con altanería. El fútbol es de quienes han vivido su causa, de quienes llevan las cicatrices de un equipo como el Real Cartagena y entienden que el sufrimiento es parte de la esencia de este deporte.
La Vida en la B: Un Camino de Orgullo y Resiliencia
Real Cartagena ha vivido en la B más años de los que cualquiera habría imaginado. Doce años de luchas en terrenos áridos, de ver cómo, una y otra vez, los sueños de ascenso se frustraban. Doce años en los que la camiseta amarilla y verde ha sido símbolo de lucha, de resistencia, de aguante. Porque este equipo, como un boxeador incansable, ha vuelto a levantarse en cada caída.
Han sido tres ascensos, un subcampeonato, y una inmensidad de partidos en los que cada segundo ha sido de sufrimiento y esperanza. Esas espinas que siempre acompañan al Real, esos golpes que nos recuerdan que el fútbol, para nosotros, es una causa, una causa que nos une en cada partido, en cada jugada.
Una Bandera que Nunca se Baja
Ser hincha del Real Cartagena es estar enamorado de una promesa, una promesa que muchas veces parece inalcanzable, pero que nunca se apaga. Yo he ondeado esta bandera por 34 años, y duele ver cómo algunos desconocen la historia, cómo llegan nuevos rostros creyéndose dueños de una verdad que no les pertenece, cómo creen que pueden pisar una causa que ha estado aquí desde el primer día. Porque el Real no es solo un equipo de fútbol; es una identidad, una lucha que muchos de nosotros llevamos en el alma.
Hoy elevo mis plegarias y le pido a los que ya no están con nosotros, a los que partieron al lado de Nuestro Señor Jesucristo: el capitán Galindo, Carlos Otero, Mauricio Idárraga, Iber Grueso, Carlos Salazar, Campo Elías Terán, Will Casiani. Intercedan por nosotros, por esta causa que es Real Cartagena, y que algunos, en momentos de dolor, piensan en abandonar. Que nos den la misma fortaleza que en 2008, cuando perdimos 5-0 ante Patriotas, y nos recuerden que siempre podemos reencontrar el camino.
Porque el fútbol se gana, se pierde, se empata. Y en cada derrota hay lecciones de vida. Nos enseña que, aunque estemos en lo más alto, podemos caer en cualquier momento. Pero también que, en el fondo de la caída, siempre hay una razón para levantarse. ¡Ánimo, Real Cartagena! ¡Ánimo, ciudad heroica! Que algún día tendremos que convertirnos en victoriosos.
Este es el momento de unirnos, de no abandonar la causa, esa que durante años ha motivado e inspirado a generaciones pasadas, presentes y futuras.